2/06/2011
HACE NOVENTA Y CUATRO AÑOS…
Joaquín Ortega Arenas.
Hace 94 años que en el hoy Teatro de la República de la Ciudad de Querétaro se promulgó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y ¿qué queda ya de ella? Increíble, pero cierto: sólo seis artículos intocados de los 136 que contenía. La primera reforma la promovió el mismo Carranza y la última, hasta hoy, Felipe Calderón.
Su promulgación causó estupor en el mundo entero. Era la primera en la que se inscribían las garantías sociales, dos años después adoptadas en la Constitución Alemana de Weimar. Si analizamos nuestra ya obsoleta y súper derogada Constitución de 1917 a la luz de las evidencias nos vamos a encontrar con demasiadas sorpresas. Para empezar, debemos tomar en consideración que se convocó al Congreso Constituyente en el mes de diciembre de 1916 bajo la presión que seguramente ejercía la presencia de diez mi soldados norteamericanos, dotados de lo último en armas destructivas con las que contaba entonces la humanidad, ocupando el Estado de Chihuahua y parte de Durango, encabezados por el “as” del ejército americano, John J. Pershing que, con permiso del Presidente Carranza “…perseguían a Francisco Villa…”, al que nunca alcanzaron”. El Congreso contó con representaciones, notables algunas, de todos los Estados excepción hecha de Campeche. Ignoro si no fue invitado o simplemente no envió representación, ya que gracias al Estado de Campeche contamos con el también mutilado “Juicio de Amparo”, traído a mediados del Siglo XIX por Manuel Crescencio Rejón. Duró esa presión todo el tiempo que duraron las deliberaciones del Congreso ya que, extrañamente el seis de febrero de 1917 las tropas norteamericanas abandonaron el País.
Dominado el Congreso por los carrancistas, resultó sumamente difícil a los diputados contrarios lograr la introducción a la nueva constitución de las tan alabadas reformas sociales. Los artículos 27 y 123 que consagraban las reformas agrarias y laborales fueron y han seguido constantemente atacados.
De los ideales que llevaron a Francisco I. Madero a la revolución: “Sufragio efectivo. No reelección”, ni huella. El sufragio ha sido limitado al máximo por las reformas constitucionales. El sistema “democrático”, es decir la elección libre de cada ciudadano ha desaparecido: hoy sólo se puede votar por personas a quienes el régimen autoriza a proponer sus candidaturas, “…sólo mediante partidos reconocidos por el mismo régimen…”. Se acabaron los anhelos democráticos ciudadanos. Los partidos, con autorización de la Constitución reformada, son una farsa. Carecen de principios de programas y lo peor, de vergüenza y decoro. Igual son izquierdistas que derechistas o centristas o anarquistas. Lo que importa es el reparto de las grandes sumas de dinero que el régimen les da para su “funcionamiento”, y de “las rebanadas de los pasteles gubernamentales”, como ellos mismos suelen reconocer. Las elecciones son en sí, otra verdadera farsa. El Ciudadano se presenta en la casilla en la que deberá votar; se registra y lo encierran, “el voto es libre y secreto” y, sólo marca una cruz, eso sí con tinta indeleble en la que aparecen las siglas de los “partidos” y, listo, ya votó. Las elecciones ya no son calificadas como era y nunca debió dejar de ser, por el Poder Legislativo. Hoy las califica un nuevo organismo del Poder Judicial que inconstitucionalmente está invadiendo las funciones del Poder Legislativo. Obviamente, si el “señor Presidente” designa a los funcionarios del Poder Judicial desde el año de 1914 en que uno de los más distinguidos Presidentes de la República, Victoriano Huerta, lo decidió así dejando la primera puñalada a la democracia; se tomó como ley eterna por lo conveniente que resulta a toda dictadura disfrazada de democracia. No importa que un candidato obtenga millones de votos, el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal, designado también por el señor Presidente, se encarga de corregir el error popular.
La no reelección, también es una farsa, ya que sólo ha cambiado la forma, no el fondo. El señor presidente saliente designa al señor presidente entrante para “que le cubra la espalda”. Si así están las cosas, ¿qué logró Madero con su “revolución”?
Los 130 Artículos reformados que contenían la esencia de la libertad, de las garantías individuales y del gobierno en forma democrática tal y como se señaló desde la Constitución de 1857, han dado al traste con democracia, libertad y estado de derecho. Han traído como consecuencia un desgobierno que nos lleva fatalmente a otro movimiento social de consecuencias inimaginables. Hay opresión, hay hambre, hay impunidad sin más límites que el carácter o lugar político y burocrático de los autores de toda clase de delitos. En la loca carrera anticonstitucional, se creó un “constituyente permanente” que, siempre con iniciativas de señor presidente, modifica constantemente la constitución que por ese solo hecho ha dejado de ser lo que los tratadistas de derecho señalaron como “…la espina vertebral de los países…”. Lógicamente, una espina vertebral modificable como si fuera de chicle deja de mantener a un País como tal para convertirlo en un remedo de país. Por decreto propuesto por el presidentito en turno (2005) se privó al derecho a la vida la categoría de garantía constitucional y la saga de esa reforma nos ha ocasionado más de TREINTA Y CUATRO MIL MUERTES Y CATORCE MIL DESAPARICIONES. Se ha abandonado por completo el mandamiento contenido en los artículos 14 y 16 constitucionales y, autoridades incompetentes, (ejército y marina ), sin orden de ninguna especie se introducen al cualquier domicilio y literalmente acribillan al o a sus habitantes. Eso, en derecho se llama asesinato con agravantes y en lenguaje común, dictadura sanguinaria, peor que la que se atribuye a la de Porfirio Díaz. El artículo 49 constitucional que señala la existencia de tres poderes y la imposibilidad de que se reúnan en uno solo, es ya un cuento para niños. Es evidente que hoy hay un sólo poder, el Poder Ejecutivo y los otros dos que había, sólo son meras oficinas de trámite legislativo para violar la constitución que hoy ¡festejamos! y judicial para confirmar la “legalidad de las leyes ilegales”. Debemos recordar que hace uno cuantos meses los diarios de todo el País dieron a conocer la opinión que externó, indignado, un señor ministro de la suprema corte siempre apresado en sus opiniones por votaciones de ocho contra tres en los asuntos en que se trataba de proteger al ejecutivo. Señaló con índice de fuego: “… En última instancia, la constitución dice lo que la corte quiera que diga,…”
No está la situación para festejos hipócritas ante lo que nuestros ojos ven, nuestros oídos oyen, y a excepción de la televisión nueva y poderosa arma antidemocrática difunde, lo que la sociedad toda reclama y la prensa libre (¿por cuánto tiempo más?) publica y difunde.
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