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Joaquín Ortega Arenas.
La intervención de la mujer en las luchas
libertarias de América ha sido en verdad, notable. En México nunca olvidaremos
a Gertrudis Bocanegra, que siendo hija de españoles sirvió a la causa de la Independencia de
México y descubierta en sus actividades fue sentenciada a muerte y fusilada el 11
de octubre de 1817, en la plaza de San Agustín en la
villa de Pátzcuaro; Leona Vicario, que a
riesgo de su vida y de su propio peculio, dispuso lo necesario para informar a los
insurgentes de 1810 los movimientos que ocurrían en la Capital; Juana Guadalupe
Barragán casi ignorada por su nombre y más conocida como “Juana la Intrépida”, pero inmortalizada por Amado Nervo en el
poema “Guadalupe La Chinaca”,
combatió
en las tropas de José María Morelos, quien la nombró “Capitana” por su hacer
durante el sitio de Cuautla, hace exactamente 200 años. Una vez muerto Morelos,
compartió su vida con un guerrillero de nombre Pantaleón con quien continuó en
la lucha y ¿Cuántas Adelitas y Valentinas anduvieron con la tropa y perdieron la vida?
Vinieron a mi memoria esas distinguidas mexicanas,
porque de la República Argentina
me han enviado un reportaje de la periodista Cynthia Ottaviano sobre “MARÍA REMEDIOS DEL VALLE LA MADRE DE LA PATRIA” que con gran placer comparto con mis lectores:
“…A los 60 años, esta heroína negra era una
indigente que vendía pastelitos. El país había olvidado que fue la
única mujer admitida por Belgrano en
su ejército y que le había conferido el grado de Capitana por su arrojo y
valor. La Argentina
tiene un padre. o hasta dos: San Martín y Belgrano. Pero también tiene una madre, María
Remedios del Valle. Una madre ausente, ignorada, gracias a la burocracia
política y a plumas como las de Bartolomé Mitre, que no podían permitir que una
mujer reuniera la condición de madre y soldado, heroína y negra, benemérita y
pobre, todo a la vez.
María Remedios del Valle no sabía nada de
Mitre cuando, durante las invasiones inglesas, decidió guardar las mochilas de
los soldados del Cuerpo de Andaluces que necesitaban aligerar la marcha hacia
los Corrales de Miserere (hoy Plaza Miserere, en el Once). Tampoco el 6 de
julio de 1810 cuando se sumó, junto a su marido y sus dos hijos, a las filas
del Ejército Auxiliar del Norte, donde hizo cuanto pudo y le dejaron. Era mujer
entre hombres y, aún más raro, con la piel más negra que la noche.
El 23 de septiembre de 1812, en la víspera de
la batalla de Tucumanas, se presentó ante Belgrano y le suplicó que la dejara asistir a
los heridos que se amontonaban en las primeras líneas. Belgrano se negó: el campo de batalla no era
cosa de mujeres. No tuvo en cuenta que la rabia de la libertad no sabe de
géneros. Remedios del Valle actuó en la retaguardia desafiando las órdenes del
general. Pronto se convirtió en leyenda entre la tropa, que comenzó a llamarla la Madre de la Patria. Belgrano terminó cediendo: fue la única mujer
admitida en su milicia.
María Remedios perdió a su marido y a sus
hijos bajo las balas enemigas, pero se destacó en las batallas de Salta, Vilcapugio y Ayohuma. Tras la derrota, cayó en manos
españolas. Tenía seis heridas de bala en su cuerpo y fue azotada en público
durante nueve días. Cada azote abría una rajadura hasta el hueso, por donde
avanzaba un ejército invisible de gérmenes y bacterias. Infecciones que, al
final, ahorraban munición a los realistas.
Sobrevivió al castigo y burló el cerco, para
volver a pelear, aun cuando no eran tiempos para que las mujeres se les
atrevieran a las armas. Hace 200 años era noticia que un grupo de mujeres se
animara a donar fusiles y no a empuñarlos. La Gazeta de
Buenos Aires reseñó esos casos de mujeres pudientes, "nobles y bellas
(...) que no pueden desempeñar las funciones duras y ásperas de la guerra (...)
No pueden desplegar su patriotismo con el esplendor que los héroes en el campo
de batalla". Por eso "desahogaban su patriotismo"
comprando fusiles y suplicaban "que manden grabar su nombre en el fusil
que costean". Eso pidieron Mariquita Sánchez de Thompson,
Carmen Quintanilla de Alvear y otras mujeres paquetas,
cuyas historias perduran hasta nuestros días: que las hicieran trascender en
una chapa grabada. Ni consideraban la posibilidad de pisar el campo de batalla.
María Remedios del Valle, sí.
Cuando la revolución triunfó, no se supo más
nada de ella. Era apenas un mito. Un mito andrajoso, encorvado y mendicante,
envuelto en un manto de payetón pardusco,
que ofrecía pastelitos en
la Recova (hoy
Plaza de Mayo), pobre de toda pobreza, con 60 años y más arrugas de las que
pudiera contar.
En ese preciso momento fue reconocida por el
general Juan José Viamonte. "¡Pero si es la Capitana, la Madre de la Patria!", exclamó el
diputado sin creer lo que veía y la instó a que presentara un pedido de pensión
para dejar de mendigar. María Remedios presentó su pedido. El 11 de octubre de
1827, los diputados de la Junta
de Representantes de la
Provincia de Buenos Aires lo trataron. Según se lee en las
actas de la sesión, la llamaron "una heroína", "una infeliz que
si no fuese por su condición (pobre) se habría hecho célebre en todo el
mundo", "una mujer de mérito que no merece que olviden sus
servicios". Pero se olvidaron durante nueve meses, porque la Historia es demasiado
hombre para contar a las mujeres. Recién el 18 de julio de 1828 volvieron a
trabajar sobre el pedido. Esa noche Viamonte explicó
que la mujer era conocida "por el primer oficial hasta el primer General
(...) la he visto entre filas de soldados, curar a los heridos y tomar el fusil y ser víctima". Tomás Anchorena aseguró: "Es una mujer singular
(...) no había acción, en que ella pudiera tomar parte, que no la tomase, y en
unos términos que podría ponerse en competencia con el soldado más valiente
(...). El título de Capitana del Ejército se lo dio el General Belgrano (...) y lo oí ponderar su oficiosidad
y esmero". Finalmente, los
diputados votaron el otorgamiento de una pensión de $ 30, desde el mismo día
que María Remedios la había pedido. Para tener una idea de la escasa
generosidad para con una heroína revolucionaria, vale precisar que una
lavandera ganaba 20 pesos, mientras que el gobernador cobraba $ 666. La libra
de aceite rondaba $ 1,45, la de carne $ 2 y la de yerba $ 0,70. A María
Remedios le otorgaron un peso por día. Un
diputado quiso ir más allá de la pensión y pidió que "se forme y componga
una biografía y que se haga un monumento". Fue demasiado. "Esto es
materia de un proyecto de decreto y debe presentare en forma conforme al
reglamento", le respondieron. Por no violar el reglamento de la Honorable Sala de
Representantes, hoy no existe la biografía oficial de María Remedios del Valle.
Tampoco el monumento. Apenas dos calles, una en la ciudad de Buenos Aires, en
Parque Avellaneda, y otra en Mar del Plata; una escuela en Villa Soldati y otra en el partido bonaerense de
Azul; una escuela municipal de Enfermería y una Casa de la Mujer en San Isidro.
Murió sola el 8 de noviembre de 1847, después
de haberse cambiado el nombre por el de Remedios Rosas, en reconocimiento al
gobernador Juan Manuel de Rosas, quien la había ascendido a Sargento Mayor, en
1829. La Argentina
sigue con sus dos padres. De la "Madre de la Patria" no hay
siquiera un retrato. Ni una ilustración.
Por nuestra
parte agregaríamos a esta biografía que María REMEDIOS DEL VALLE fue víctima de una
triple discriminación; POR SER PUEBLO,
POR SER MUJER Y POR SER NEGRA….”
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