6/13/2010
CANTO A LA VIDA
Joaquín Ortega Arenas,
Un día como hoy 15 de junio, hace exactamente 70 años, sin un disparo, sin un cañonazo París, la Ciudad Luz, la Ciudad en que en un 26 de agosto de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente rescató para el hombre los derechos personales y colectivos ignorados por todas las “civilizaciones” , mas ocupadas del abuso del hombre por el hombre en aras del “becerro de oro” , que en la esencia de la vida misma, fue ocupada por las tropas alemanas , ocupación que se tradujo en una enorme tristeza para el resto de la humanidad.
Este aniversario ha traído a mi memoria uno de los momentos de mayor emotividad que he vivido y quiero relatar.
Estudiaba primer año en la Escuela Nacional Preparatoria instalada en el local que ocupó a partir del año de 1588 el “Real y Más Antiguo Colegio de San Ildefonso “, Seminario en el que residían los estudiantes, a cargo de la Compañía de Jesús que se instaló en la calle que lleva ese nombre en nuestro centro histórico en el año de 1588 y reedificado en el siglo XVIII es hoy uno de los Monumentos arquitectónicos mas hermosos e importantes de México. En cumplimiento de la Ley Orgánica de la Educación Pública Decretada por Benito Juárez en el año de 1867 se creó la Escuela Nacional Preparatoria y s ele instaló ene se venerable edificio.
Entrar por primera vez al edificio de la Escuela Nacional Preparatoria ha sido uno de los momentos más transcendentales de mi vida. Consta el edificio de tras partes que la traición , repetida por los excelentes maestros que impartían la enseñanza en ese edificio ha conservado. El Colegio Chico, el Colegio de Pasantes, en el que existió una inmensa fuente y El Colegio Grande, unidos por pasillos. En éste, se encuentra La Puerta Principal del edificio que da acceso un inmenso patio en tres pisos con corredores franqueados por arcadas, diferentes en cada uno de los pisos, que en la planta baja y del lado poniente presenta un gran salón, por el sur, al “Generalito”, que fuera el Salón de Actos del Colegio; y a la antigua Capilla, convertida en Biblioteca. En el entrepiso del Colegio de Pasantes impartía clases de francés Madame Saint Gagné, una dulce anciana que desde los primeros días de clase dijo que nos consideraba sus sobrinos , por el afecto que sentía año con año por sus nuevos alumnos , la tristeza de verlos partir al fin del curso y su espera de una nueva generación.
Casi todos contábamos con solo 15 o 16 años de edad. Es una época en la que se carece por completo de disciplina, en la que se espera cualquier cosa que nos haga reír, los conocimientos que nos imparten son lo de menos…
A las diez de la mañana de ese 15 de junio, por las calles de San Ildefonso corrían los vendedores de periódicos con una “Extra”. ¡Cayó París! Repetían a gritos. Uno de mis compañeros, compró un ejemplar y penetró a nuestro salón de clase canturreando alegre ¡Cayó París! , enseñando el periódico con una gran cabeza que señalaba en letra gruesa y negra ¡Cayó París!....Como herida por un rayo, Madame Saint Gagne guardó silencio. Se sentó en la silla frente a su escritorio . Se cubrió la cara con ambas manos y lloró´, lloró en silencio. Solo los estremecimientos de su cuerpo provocados por su llanto nos permitían saber que estaba llorando. Lloró un minuto, dos, quién sabe cuantos. Guardamos un reverente silencio que nos pareció eterno. De repente, secó sus lágrimas y se puso de pie, erguida y retadora, empezó a cantar con una voz vibrante que no salía de su garganta, sino de su corazón, la Marsellesa aquel Canto de Estrasburgo compuesto por Claude-Joseph Rouget de Lisle,. al que tituló Chant de guerre pour l'armée du Rhin , con el que entraron los Marselleses a París el 30 de julio de 1792, convertido después en himno de la Republica Francesa.
“Allons enfants de la Patrie,
Le jour de gloire est arrivé!
Contre nous de la tyrannie,
l'étendard sanglant est levé…”
Sorprendidos, estupefactos, no comprendíamos que estaba pasando. En honor a la verdad, nuestras compañeras se pusieron de pie, y con los ojos llenos de lágrimas secundaron a la maestra
Entendez-vous dans les campagnes,
Mugir ces féroces soldats?
Ils viennent jusque dans vos bras,
Égorger nos fils, nos compagnes!......
En unos cuantos segundos, todos, los sesenta alumnos que ocupábamos el salón, sin siquiera pensarlo acompañábamos a Madame Saint Gagné . Cantábamos con las lágrimas en los ojos y un gran fervor la Marsellesa, Comprendimos, para siempre, que ese era un canto a la vida y a la grandeza de la Ciudad que vio establecer en un venturoso 26 de agosto de 1789 la DECLARACION DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE.
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