Joaquín
Ortega Arenas.
Hace ya 140
años, se inició en nuestro atribulado México un círculo vicioso que se apoderó
de la vida política que, por más esfuerzos realizados no ha sido posible
romper.
Corría el año
de 1858 y la Constitución aprobada el año anterior era motivo de intensas riñas
entre Conservadores y Liberales. Ignacio Comonfort, Presidente de la República, se dio a
sí mismo un Golpe de Estado desconociendo
la Constitución de 1857, apoyado por el ejército (las tropas de Leonardo
Márquez) y el Clero,
designándose a Félix Zuloaga Presidente. Benito Juárez, Presidente de la Suprema Corte
de Justicia, por Ministerio de la Ley fue instituido Presidente de la
República en la Ciudad de
Guanajuato en el año de 1858 permitiendo el acceso al poder de los únicos
verdaderos patriotas que conocemos en nuestra historia y seguimos llamando con
respeto y veneración como los “Hombres de la Reforma”. Perseguido por los
eternos enemigos de México, auspiciados por la Alta aristocracia y el Clero,
emigró en un recorrido ininterrumpido de varios años, cargando sobre sus
espaldas la casi desconocida “legalidad”. Siguió la Intervención Francesa, y el
Imperio de Maximiliano Primero y Juárez y su gente soportaron todos los acosos
posibles, hasta que el 15 de julio de 1867, cuando que regresó triunfalmente a la
Ciudad de México, después de que la intervención francesa había terminado con
el fusilamiento del Emperador Maximiliano en el Cerro de las Campanas en
Querétaro.
No terminaron los problemas de Benito Juárez con la vuelta a la
Ciudad de México, pero los fue sorteando con el acoso constante del General
Porfirio Díaz, que se levantó en armas con el “Plan de la Noria” con el
que ávido de poder, trataba
a toda costa de obtenerlo. El 18 de julio de 1872, murió Juárez en
el Palacio Nacional, amenazado
por el levantamiento armado del General Díaz que consideraba que se estaba
“eternizando en el poder”, aunque
solo pudo ejercerlo a
partir del año 1867, y lo
empleó para entronizar las “Leyes de Reforma”, desgraciadamente hoy
olvidadas por los
“Regímenes Revolucionarios”. Lo sucedió por ministerio de la Ley el Presidente
de la Suprema Corte, Sebastián Lerdo de Tejada que convocó a elecciones para el
periodo 1872-1876. Porfirio Díaz, otra vez con las armas en la mano se postuló
y fue derrotado por Lerdo de Tejada, pero no cejó en su empeño sosteniendo como
bandera la “No reelección” y publicando un periódico satírico antigobiernista
que llamó “El Ahuizote”. Su impaciencia, terminó en sublevación con el Plan de Tuxtepec al
que hizo triunfar en la Batalla de Tecoac. Realizó una alianza con los
conservadores y el clero y por fin, pudo triunfar en las elecciones celebradas
en el año de 1876, permaneciendo en el poder hasta el año de 1880, en que para
no contrariar todavía el principio que había orientado su rebeldía, impuso a su compadre el general Manuel
González. Su compadre se dedicó la más descarada de las corrupciones antes
conocidas auspiciado por el propio General Díaz y Manuel Romero Rubio. Su
afición por las mujeres lo colocó siempre en el escándalo, y devolvió la Presidencia a Díaz que de esa
manera inició el segundo de sus períodos presidenciales, renovado cada cuatro años casi sin
oposición, excepción hecha la que promovieron en 1892 los Hermanos Flores
Magón, ahogada en sangre. Fue durante los Gobiernos de Díaz la aparición de
otro fenómeno catastrófico para la democracia en México, “la cargada”. Los presuntos opositores al
régimen, una vez perdida la
lucha política se “resignaban” y entregaban completamente al poder en
busca de ganancias y canonjías que el Presidente no regateaba. Llegaron las elecciones del año 1910
en que surgió la figura de Francisco I. Madero con el Partido
Antirreleccionista. Fue
detenido y encarcelado en el mes de julio y deportado antes de las elecciones
en las que el triunfo de Díaz fue arrollador. La ya inefable resignación de los derrotados y su ingreso a la “cargada” logró que las Fiestas del Centenario
de la Independencia fueran tremendamente celebradas. Poco duró el gozo. En el
mes de abril de 1911, cinco regimientos de“Rangers” bajo el mando de un
sudafricano apellidado Valjean y Giuseppe Garibaldi; dos bandas de
forajidos al mando
de Doroteo Arango, que ya
se hacía llamar Francisco Villa, y Pascual Orozco, tomaron Ciudad Juárez, el antiguo San
José de Paso del Norte.
El
Presidente Díaz, aquejado por un terrible dolor de muelas renunció a su cargo.
Se designó Presidente Provisional a Francisco León de la Barra, que convocó a
elecciones en las que triunfó arrolladoramente Francisco I. Madero. Se acabaron como por ensalmo los
partidarios de Porfirio Díaz. Todos los mexicanos “resignados”, se
convirtieron en Maderistas y, obviamente “La
Cargada” se vio como
nunca, coronada por la gloria. Poco
duró el gusto. Madero, terrateniente norteño, ilustrado, en cuanto empezó su
mandato “licenció a las
fuerzas revolucionarias” (que
en verdad nunca existieron) y
se entregó de lleno al ejército federal. Sus ideas conservadoras lo obligaron a
enfrentarse, con una furia inusitada, a los campesinos del Estado de Morelos
que representaba Emiliano Zapata. En
vano sus “Generales”
trataron de acabar con los surianos levantados en armas, lo que fue menguando
fue la gran popularidad que lo había acompañado. A principio del año de 1913,
se suscitó un Golpe de Estado auspiciado por el Embajador de los Estados
Unidos, cuyo País ya veía su incapacidad para corresponder a la ayuda que le
habían prestado. Valido nada más ni nada menos que de Victoriano Huerta, a quién Madero
había designado Jefe del Ejército, que lo detuvo en el Palacio Nacional y prohijó su asesinato previa renuncia
que le fue arrancada por la fuerza, hechos notorios para todo el pueblo que
solo 14 meses antes lo había consagrado como su héroe máximo, pueblo olvidadizo
que, “resignado”, se entregó al regocijo y festejos sin fin por su
asesinato. Otra vez “la cargada” cambió de rumbo. Victoriano Huerta era
hoy el héroe. Madero el villano.
El
antiguo senador y gobernador Porfiriano del
Estado de Coahuila, Venustiano Carranza se levantó en armas con el Plan de Guadalupe y tras
batallas, crímenes, robos, violaciones y atropellos sin cuento, que lograron
modificar la lengua española al crear nuevos verbos, como “carrancear” y “avanzar”, sinónimos de
robar, asesinar, violar, y destruir; se hizo llamar “Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista” el 14 de octubre de 1914.Por sus eternas veleidades tuvo
dificultades para gobernar hasta que se rebelaron Francisco Villa y
Emiliano Zapata obligándolo
a retirarse hasta Veracruz en donde gracias a la genialidad de Luis Cabrera,
promulgó la “Ley Agraria de 6 de enero de 1915 “ que le recuperó parte del
prestigio que había perdido. Álvaro Obregón derrotó a Francisco Villa en Celaya
y Zapata se retiró a su tierra. El 14
de marzo de 1916, Carranza permitió la entrada de 10 000 soldados
estadounidenses y varios aviones “Curtiss-R2. bajo el mando de los
Generales John J. Pershing
y Dwight D. Eisenhower, con el pretexto de que iban a capturar a Francisco
Villa que unos días antes, había atacado la Ranchería de Columbus, en la
frontera con México. Fue electo presidente el 1 de mayo de 1917.
Con
la presencia invisible, pero sensible de las armas yanquis, Carranza convocó a
un Congreso Constituyente que inició sus trabajos en la Ciudad de Querétaro el
1 de diciembre de 1916 y
dictó la Constitución vigente aun (con más de dos mil enmiendas y adiciones)
que fue promulgada el 5 de febrero de 1917, y como verdadero “milagro” el día 7
del mismo mes y año, el ejército norteamericano abandonó el País.
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