Joaquín Ortega Arenas.
El 10 de abril de 1919 fue asesinado Emiliano Zapata en la Hacienda de Chinameca, Estado de Morelos, por un grupo armado encabezado por Jesús Guajardo que cobró por traicionarlo cincuenta mil pesos. Para lograr su confianza, Guajardo hizo creer a Zapata que se había distanciado de Carranza y en prueba de ello mandó fusilar, con la conformidad de Carranza y Pablo González, a cincuenta soldados federales. Todo a plena luz de día. El pelotón “ejecutor”, estuvo a mando del capitán Rodolfo Sánchez Taboada y el cabo Norberto López Avelar, “revolucionarios” que cobraron el servicio al carrancista por muchos años. El primero llegó a Secretario de Estado y Jefe del “Partido en el Poder” y el ex -cabo, a senador y gobernador del Estado de Morelos.
Desde siempre, la “revolución” ha tratado de minimizar la figura de “Miliano, el de Anenecuilco”, sin éxito alguno. Indígena Tlahuica, moreno cetrino y de vivos ojos negros, nació entre los parias de las Haciendas Azucareras del Estado de Morelos y, naturalmente, nunca tuvo acceso a la educación como todos aquellos que generación tras generación son verdaderos esclavos de criollos y mestizos. Éste, al que nos referimos, dotado de una singular inteligencia, en su limitado medio de acción, intuyó que los indígenas podían aspirar a mejores destinos y desde su juventud se inició en los movimientos reivindicadores, humildes y sumisos al principio, poco a poco sumando ambiciones y adeptos. Para serenarlo, la leva lo convirtió en soldado y lejos de amilanarse se convirtió en un excelente domador de caballos, lo que lo llevó a trabajar en su destacado oficio a las órdenes de Pablo Escandón, millonario propietario de haciendas azucarereras en Morelos y, después por el mismo motivo, de Ignacio de la Torre Mier, yerno de Porfirio Díaz, individuo de conducta errática que dio motivo a la primera calumnia en contra de Zapata. Llegó el momento y Zapata abandonó el ejército y se levantó en Armas.
Lo secundaron varios de sus seguidores y Genovevo de la O, tomó la Ciudad de Cuernavaca. Con la ayuda del profesor Otilio Montaño y el abogado potosino Antonio Díaz Soto y Gama elaboró el llamado Plan de Ayala con el sencillo lema “TIERRA Y LIBERTAD”, que engloba todas las ansias, todas las ilusiones y todos los deseos de la gente sencilla que sólo busca el mejoramiento de su clase. “TIERRA” para trabajarla y que nunca falte el sustento de las familias enteras y “LIBERTAD”, para sustraerse de la esclavitud y explotación que durante trescientos noventa años habían sufrido los indígenas de este País; los primeros trescientos a cargo de nuestros “evangelizadores” y el resto de criollos y mestizos colados en la ”alta sociedad”.
El gobierno mexicano en raras ocasiones ha mostrado tanta coordinación y seguimiento en sus actos como en el caso de Zapata y sus rebeldes del Sur. Envió a combatirlos a dos militares con fama de “carniceros”; Juvencio Robles y Alberto T. Rasgado. Estalló la rebelión maderista y Zapata y su gente vieron la oportunidad de lograr, aliándose con Madero, de que su “Plan de Ayala” lograra el éxito. No fue así. Triunfó Madero, representante de los grandes terratenientes del Norte; rompió con Zapata y envió a combatirlo a… Juvencio Robles y Alberto T. Rasgado. Vino el Cuartelazo de Huerta que le costó la vida a Madero y el nuevo Presidente,…envió a combatir a Zapata a Juvencio Robles y Alberto T. Rasgado. Varios “afamados generales fueron enviados a combatir a Zapata y por sus fracasos el Gobierno en turno optó por Juvencio Robles y Alberto T. Rasgado. Zapata logró apoderarse de varios de los más importantes ingenios y sus huestes sembraron caña, cosecharon y pusieron en marcha con un enorme éxito esos ingenios.
Llegó el turno de Carranza; envió a Pablo González a batir a Zapata, y el Ingenioso “General”, se dedicó a desmontar los ingenios a los que llegaba y venderlos. La prensa siempre adicta al gobierno en turno injustamente motejó con ese motivo a Zapata como “El Atila del Sur”. Presionado Carranza por los rebeldes del Sur, y ante el peligro de que sus justas reclamaciones tuvieran mayor eco, dictó en Veracruz, redactada por Luis Cabrera, la Ley Agraria de 6 de enero de 1915, en la que se reconocían los derechos de los pueblos prehispánicos y se sentaban bases para modificar las leyes expedidas entre 1821 y 1910 que tuvieron como efecto destruirlas. No fue suficiente para calmar a los campesinos, ya concientizados por Zapata. Vino la “Convención de Aguascalientes” y en medio de tremenda gresca provocada por Díaz Soto y Gama, se acordó luchar por las reivindicaciones exigidas en el “Plan de Ayala” encaminadas ya por la Ley de 6 de enero. Carranza, con la protección de once mil quinientos soldados norteamericanos a los que autorizó a “buscar a Francisco Villa”, convocó a un Congreso Constituyente que se reunió en Querétaro en el que las reformas sociales en materia agraria propuestas por Zapata fueron incluidas en el nuevo Artículo 27 de la Constitución.
Zapata se retiró a su querida tierra, pero la daga que había clavado en el corazón del terco Carranza no se habría de olvidar fácilmente. El Gobierno Federal presidido por Venustiano Carranza, seguía persiguiéndolo sin éxito alguno, hasta que el General Pablo González, al precio de cincuenta soldados fusilados injustamente sólo para convencer a Zapata de su sinceridad, y cincuenta mil pesos que entregó al autor material del crimen, logró acabar, como señalamos al principio de esta colaboración, con el único caudillo de la “Revolución” que persiguió hasta su muerte, la reivindicación de los campesinos mexicanos, objetivo sincero, desinteresado y noble. Asesinado y sacralizado, murió pobre, caso insólito en éste país, pero su nombre es el único que al transcurso de los años ha ido creciendo.
Qué triste sería para el verdadero héroe, revivir y encontrar a este País peor de lo que estaba cuando emprendió su noble lucha. Los campesinos, sus campesinos que tienen que exponer su vida para ir a trabajar al norte por un mendrugo. La tierra abandonada y llena de yerba y huizache…
¡Hoy 10 de abril de 2011…!
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