Joaquín
Ortega Arenas.
Pedro Salmerón Sanginés, UN DESCONOCIDO, tuvo la osadía de
publicar en el único Diario confiable que aún existe, “La Jornada”, la perfecta
imbecilidad que copiamos para orientar a nuestros lectores sobre este nuevo
personaje;
“…Para quienes piensan que una tenebrosa
conspiración mundial busca regir el destino de la humanidad, Benito Juárez es
el mayor villano de nuestra historia, pues fue su principal instrumento en
México. No está de más recordar que dicha conspiración fue inventada por la
policía del zar de Rusia en un panfleto publicado en 1902, para justificar la
persecución de los opositores y la limpieza étnica antijudía. Panfleto retomado
por los nazis. Se suman a quienes creen en la gran conspiración judía, aquellos
convencidos de que la moral católica (mejor dicho, la variante ultramontana de
la moral católica) es la única aceptable.
Al
convertir a Juárez en el agente de la gran conspiración, hacen de él un traidor
a la patria, ampliando las acusaciones que en su tiempo se le lanzaron. La
mayoría de esas acusaciones se basaban en una lectura mal hecha o tendenciosa
del seudotratado (sic. Palabra que no aparece en los Diccionarios de la A
Lengua Casellana) ; McLane-Ocampo, de
1859, del que ya hemos hablado. Pero otros conspiranoicos (resic) e incluso
algunos historiadores afirman que la República sólo pudo vencer a la
intervención francesa gracias a la ayuda estadunidense.
¿Cómo
presentan y cómo sustentan los conspiranoicos (recontrasic) y algunos
conservadores estas acusaciones? Ya lo hemos dicho: parten de un prejuicio
ideológico (el “conspiranoico” es el más
potente, el católico ultramontano no le va muy a la zaga; últimamente no pocos
neoliberales retoman los argumentos de aquellos); leen a los autores que
sostienen esas versiones, y, sobre todo, se abstienen de practicar el elemento
fundamental del oficio del historiador (porque no son historiadores): la
crítica y confrontación de fuentes.
Los
invito a leer el ejercicio de confrontación de fuentes que sobre este tema hace
Paco Ignacio Taibo II, en Patria, vol. III capítulo 166: Muchos historiadores
han propuesto que la presión norteamericana a partir de abril de 1865 [fin de
la Guerra de Secesión], e incluso su intervención descarada, sería definitiva
en la derrota de la Intervención francesa. Algunos lo creen honestamente –el
adverbio parece desprenderse de la lectura de Paco– porque privilegian el
análisis de los documentos diplomáticos a las acciones de la resistencia
nacional, porque creen que la historia la hacen los políticos en los gabinetes
y no la gente en la calle y el campo (añado por mi cuenta). Más allá de eso…
¿hubo apoyo estadunidense concreto al gobierno de Juárez? Los documentos
cruzados entre tres conspiradores (los generales unionistas Lewis Wallace
–luego novelista famoso– y Herman Sturm, y el gringófilo José María Carvajal)
parecen sugerir que en algún momento el gobierno de Juárez estuvo de acuerdo
con que entraran a territorio nacional 10 mil soldados estadunidenses. Sin
embargo, el embajador Matías Romero rechazó el negocio con el cual Carvajal
financiaría la aventura y por instrucciones de Juárez, anuló la misión y los proyectos
de Carvajal. Eran propuestas fantasiosas, parecidas a las de aquellos que
ofrecieron a Maximiliano el concurso hasta de 40 mil soldados de la derrotada
Confederación que, en lugar de rendirse, entrarían a México para consolidar su
trono (capítulo 147).
En el
capítulo 187: Muchos autores establecen que una de las claves de la victoria
estuvo en las cuantiosas donaciones de armas y municiones hechas por el
gobierno estadunidense desde fines de 1865 ¿La base para asegurarlo? Textos de
los tres generales antedichos y los libros de Francisco Bulnes. Paco Ignacio
contrasta esas declaraciones con otras fuentes de archivo, cartas y documentos
de la época, y muestra que el negocio que pretendieron Carvajal y Wallace no
sólo fracasó, sino que fue desautorizado por el gobierno mexicano; y que el
gobierno de Estados Unidos se opuso a cualquier compra de material de guerra
que no se hiciera en pública subasta y se pagara rigurosamente en efectivo.
Apenas en la primavera de 1866 empezaron a llegar cargamentos de material así
comprado. Lo que había funcionado durante el año precedente fue el tráfico
hormiga de los guerrilleros de la frontera: pequeños cargamentos pagados con
dinero contante y sonante, obtenido del saqueo a convoyes franceses.
Pero
los historiadores acríticos no confrontan sus fuentes y dan por ciertas las
presuntuosas afirmaciones de Wallace; toman las promesas por realidades y los
sueños por acciones y así, convierten los papeles en fusiles. De la
confrontación de fuentes se desprende que mucho más cerca de la verdad están en
este caso, dos hombres que participaron en aquella guerra: el imperialista
Alberto Hans, que dice “muchas armas… provenían de Estados Unidos, pero habían
sido pagadas muy caro y no enviadas gratuitamente”; y el republicano Juan de
Dios Arias: “La República no debe a Estados Unidos ni una espada… que no se
haya comprado a gran costo, y esto…” tras el fin de la guerra civil.
Ignoro como una calumnia como
esta, pudo pasar sobre la rígida mano de Doña Carmen Lira .
Es ampliamente sabido que, el Segundo
imperio mexicano, fue el resultado de la intriga que dio origen a la segunda
intervención francesa en México.
Un grupo de “conservadores”
mexicanos, visitaron a Maximiliano de Habsburgo en el
castillo de Miramar, y le ofrecieron al
Archiduque de Austria, ocupar el
Trono de México, que éste creyó que era oferta fundada.
Antes de embarcarse a la aventura
del segundo imperio, Maximiliano renunció a sus derechos sobre la corona de
Austria, firmando un acuerdo con su hermano Francisco José.
Firmaría también los tratados de
Miramar con Napoleón III, documento mediante el cual Francia se comprometía a
respaldar al imperio de Maximiliano durante 6 años, con 25 mil soldados que
paulatinamente se irían reduciendo, a su vez el segundo imperio mexicano se
comprometía a pagar los gastos que se crearían por motivo de la intervención.
Además, reconocía todos las deudas con acreedores franceses y el gobierno de
Maximiliano debía de llevar una línea liberal.
El 28 de mayo de 1864 llegan al puerto
de Veracruz Fernando Maximiliano y Carlota Amalia. La llegada y recepción en
Veracruz fue fría, contrastando con la de la Ciudad de México que fue festejada
por tres días. La lucha entre imperialistas y republicanos tendían a ser
favorables a los primeros, así varios generales republicanos reconocieron al
imperio.
El comienzo del fin del segundo
imperio mexicano se dio cuando Francia dejó de respaldar al imperio de
Maximiliano; así también sería importante el respaldo de Estados Unidos al
gobierno republicano de Juárez, que permitió al ejército de la república
recuperar territorios ocupados por los imperialistas.
Maximiliano gobernaría por
espacio de tres años y el lugar de residencia del emperador y su esposa sería
el castillo de Chapultepec.
Su gobierno se desarrolló en
bastantes aspectos de forma liberal, muy a pesar de los conservadores que
deseaban influir en su gestión, éste se rodeó de liberales mexicanos y proclamó
leyes muy similares a las decretadas antes y después de la guerra de reforma, esto
le acarreó conflictos con las autoridades eclesiásticas, principalmente, ya que
uno de estos decretos permitía la libertad de culto, aunque sosteniendo que la
católica fuera la religión de Estado.
Igualmente reafirmó la
desamortización de bienes pertenecientes a la Iglesia, así como que la gestión
del registro civil y de los cementerios quedara en manos del imperio.
Estos decretos causaron un
rompimiento con las autoridades eclesiásticas mexicanas, que sintieron su
influencia política desvanecerse, así también sucedió que el apoyo de las
familias ricas comenzó a cesar. La polémica decisión de eliminar la educación
pública gratuita, la creación de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura,
además de la reorganización de la Academia de San Carlos, y la división
territorial del país en 50 departamentos, fueron algunos de los aspectos
importantes de su gobierno.
Maximiliano I de México gobernó
durante el llamado Segundo imperio mexicano, del 10 de abril de 1864 hasta el
15 de mayo de 1867.
Muy al contrario a lo que se le
hacía creer al emperador, en el país aún se luchaba por restablecer el gobierno
republicano. Poco a poco estos comenzaron a ganar terreno perdido, gracias a
que en los Estados Unidos la guerra de Secesión llegó a su fin y en
consecuencia el gobierno estadounidense presionó a Napoleón III a abandonar sus
pretensiones de influencia en América.
Por otro lado, en Europa tenían la amenaza de Prusia, que
pretendía derribar el poder político de Francia en la región. Ante ambas
situaciones, Napoleón III resuelve el retiro en 1866 de las tropas francesas,
comenzando a embarcarse hacia Francia desde el puerto de Veracruz el 8 de
diciembre de 1866, terminando de salir el 11 de marzo de 1867.
Sin el apoyo militar de los ejércitos de Napoleón III hacia
el imperio de Maximiliano, y con el caso omiso de las súplicas de su esposa
Carlota Amalia a Napoleón III y al papa Pio IX, de no abandonar a su suerte al
Segundo imperio mexicano, el emperador decide abdicar al trono de México.
Aunque Maximiliano reorganizó el
llamado Ejército Imperial, cuyos generales fueron Leonardo Márquez, Miguel Miramón y Tomás Mejía, con el retiro del
ejército francés progresivamente el ejercito republicano comenzó a tomar
antiguas posiciones imperialistas como la ciudad de Puebla, tomada el 2 de
abril de 1867, y la ciudad de México el 21 de junio del mismo año. Victorias
comandadas por el general Porfirio Díaz.
En Querétaro, último reducto del
fallido imperio, Fernando Maximiliano se entrega al general Ramón Corona
dándole a este su espada en señal de derrota. Tomás Mejía, Miguel Miramón y
Fernando Maximiliano fueron juzgados y sentenciados a muerte, la orden se
cumpliría fusilando a los tres antes mencionados el 19 de junio de 1867 en el
Cerro de las Campanas Querétaro.
Con el fusilamiento de
Maximiliano y la entrada del gobierno republicano de Juárez, el 15 de julio de
1867, a la ciudad de México, continuó nuestra vida normalmente, con lo que llegó a su fin.
BIOGRAFIA DE BENITO JUÁREZ.
(Nació en San Pablo Guelatao,
México, 1806 – Falleció en la Ciudad de México, 1872) Político liberal
mexicano, presidente de la República entre 1858 y 1872. Tras un periodo de tres
décadas en que el conservador Antonio López de Santa Anna había dominado la
vida política del país, Benito Juárez se esforzó en sus mandatos en llevar a la
práctica el ideario liberal, dictando leyes para hacer efectiva la reforma
agraria, la libertad de prensa, la separación entre la Iglesia y el Estado y la
sumisión del ejército a la autoridad civil.
Su labor modernizadora topó con
inmensas dificultades: la reacción conservadora dio lugar a la guerra de
Reforma (1858-1860) y los problemas económicos motivaron el impago de la deuda
y la intervención francesa en México (1863-1867). No menos convulsos fueron sus
últimos años, y las deserciones surgidas de su propio partido llevarían, tras
su fallecimiento, a la longeva dictadura de Porfirio Díaz. Pese a que pocas de
sus realizaciones fueron duraderas, su entrega a unos ideales de justicia
social es justamente apreciada, y la historia lo reconoce como la figura
capital del liberalismo mexicano en el siglo XIX.
Hijo de Marcelino Juárez y
Brígida García, matrimonio indígena de humilde condición, Benito Juárez quedó
huérfano siendo niño y cursó sus primeros estudios en su pueblo natal. Tenía
veinte años cuando ingresó en el Instituto de Ciencias de Oaxaca, donde se
licenció en derecho. Su preocupación por la realidad social y en particular por
la situación de los campesinos lo llevó a expresar sus puntos de vista
liberales y a participar activamente en política.
En 1831 Benito Juárez fue elegido
regidor del ayuntamiento de Oaxaca y, un año después, diputado al Congreso del
Estado. Era éste el primer paso de una actividad que le llevaría a ser el
máximo mandatario de la nación, aunque para ello debió ascender lentamente en
el escalafón político, sortear dificultades sin cuento, padecer el exilio,
sufrir la cárcel, encabezar una guerra civil y atraerse la ira de numerosos
enemigos. La energía con que defendió los intereses que representaba le valió
en 1846 ser diputado por Oaxaca ante el Congreso de la Unión. Un año más tarde
fue designado gobernador de su estado natal, cargo en el que permaneció hasta
1852.
Su oposición al tratado de
Guadalupe-Hidalgo, por el que México perdió vastas zonas de su territorio en
favor de Estados Unidos, encontró cauce en las filas liberales y en la defensa
de un proyecto federalista. Sin embargo, los conservadores lograron una vez más
hacerse con el poder en 1853, acaudillados por el general Antonio López de
Santa Anna, y Juárez se vio obligado a exiliarse en Cuba.
Al cabo de dos años regresó y se
adhirió al plan de Ayutla, entre cuyos firmantes figuraban los generales
Villarreal, Comonfort y Álvarez. Al triunfar el pronunciamiento fue designado
consejero de Estado y, bajo la presidencia de Ignacio Comonfort (1855-1857),
ministro de Justicia. Como tal promulgó una serie de leyes que restablecían las
libertades de enseñanza, imprenta y trabajo y anulaban las prerrogativas del
clero y el ejército.
Sus disposiciones legislativas,
que inspiraron la Constitución de 1857, de corte liberal, motivaron la reacción
de los conservadores, quienes se pronunciaron al año siguiente en el plan de
Tacubaya. Comonfort pactó con ellos, dio un golpe de Estado y encarceló a Juárez,
lo cual fue el detonante del conflicto civil llamado la guerra de Reforma
(1858-1860).
Como presidente de la Corte
Suprema de Justicia, Juárez, que había conseguido huir, se convirtió en el
presidente legítimo, de acuerdo con la Constitución. Presionado por sus
enemigos, hubo de refugiarse en Panamá, pero regresó en mayo de 1858 para
establecer su gobierno en Veracruz. Desde allí expidió las leyes de Reforma y
proclamó una Constitución más radical que la anterior. En 1859 su gobierno fue
reconocido por los Estados Unidos, y, con su ayuda, los liberales derrotaron
finalmente a los conservadores en 1860.
Sin embargo, las graves
dificultades económicas por las que pasaba el país obligaron a Juárez a
suspender el pago de la deuda externa. La medida motivó la intervención armada
del Reino Unido, España y Francia en 1861 y sumió de nuevo al país en una tensa
situación de guerra. Las promesas de Juárez determinaron la retirada de las dos
primeras potencias, pero Francia, en connivencia con los conservadores, invadió
México en 1863, y en 1864, tras ocupar la capital, acabó por imponer al
archiduque Maximiliano de Austria como emperador de México.
Ante la instauración del Imperio
de Maximiliano I, Benito Juárez se retiró a Paso del Norte y desde allí
organizó la resistencia. Hombre de leyes por encima de todo, prorrogó no sin
profunda vergüenza y violencia interna sus poderes presidenciales hasta que
terminase la guerra, y emprendió enseguida la ofensiva republicana, que
triunfaría tras el sitio de Querétaro en 1867 y se saldaría con el fusilamiento
de Maximiliano el 19 de junio en el Cerro de Campanas.
Con el país empobrecido y
desunido, fue reelegido por séptima vez en agosto de 1867. Juárez restauró la
República federal y dio vigencia a las leyes de Reforma. Pero el último lustro
de su vida política estaría marcado por revueltas y conflictos de toda índole.
Por una parte, proliferaban en México brotes de bandolerismo y grupos
guerrilleros revolucionarios, y por otra el sistema constitucional, que se
había impuesto tras arduas luchas contra las poderosas fuerzas de la reacción,
comenzaba a desacreditarse ante las acusaciones de fraude electoral. Para
colmar el vaso, el presidente inició impopulares reformas con objeto de
acumular en sus manos un mayor poder ejecutivo.
Este hecho y el temor a que
buscara perpetuarse en el cargo motivaron la reacción dentro de su propio
partido. Porfirio Díaz, cuyo nombre resume por sí mismo el siguiente capítulo
de la historia de México, se pasó a la oposición, tras haberse destacado como
victorioso militar en la guerra contra Maximiliano, y en 1871 Sebastián Lerdo
de Tejada, principal colaborador de Juárez en política interior, no aceptó
presentarse a las elecciones y fundó el partido lerdista. Durante ese año el
presidente debió asimismo sofocar diversos levantamientos, como los de Treviño
y Naranjo, agotando en esta extenuante empresa sus ya enflaquecidas fuerzas.
A pesar de las dificultades
económicas, de la hostilidad del Congreso y de numerosos pronunciamientos, el 1
de diciembre de 1871 Juárez asumía nuevamente la presidencia ante el Congreso
de los diputados, y allí reiteraba su fe en la legalidad con su habitual
energía. Pero los vientos de la historia se orientaban ya hacia otros
derroteros. Porfirio Díaz arengaba a sus partidarios contra Juárez acusándolo
de dictador y poniendo en marcha una revuelta inspirada en el llamado Plan de
la Noria, cuya más significativa propuesta era la prohibición de que fueran
reelegidos los presidentes. Sebastián Lerdo de Tejada se alió con Porfirio Díaz
y juntos se alzaron contra Juárez.
Pese a que Juárez sobrevivió
también a esta postrera andanada de sus enemigos políticos, reprimir el
levantamiento constituyó su último acto público, pues con secreto estoicismo de
indígena zapoteca venía soportando, desde tiempo atrás, una prolongada serie de
disfunciones cardíacas que por fin lo llevaron a la tumba el 18 de julio de
1872. Tras su muerte el Congreso lo declaró Benemérito de la Patria y el
Congreso de la República Dominicana a iniciativa del Teniente Coronel Antonio
Delfín Madrigal (1824–1889) presentó el 11 de mayo de 1867 la moción de que,
tras ser aprobada por el Congreso, proclamó al presidente mexicano Benito
Juárez «BENEMERITO DE LAS ANERICAS». ¡NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA! Una
avenida en la ciudad de México lleva su nombre. “Antonio Delfín Madrigal.”