7/23/2007
MEXICO, CIUDAD DE LA ESPERANZA. Sexta Parte
Joaquín Ortega Arenas.
Analizamos el problema del agua en ésta Ciudad de la Esperanza fallida, sin hipérbole, caso a nado. La temporada de lluvias ha sido hasta hoy desastrosa. Inundaciones por todas partes convierten diariamente en un caos la circulación de vehículos, hoy gravada por la vigencia de un nuevo “Reglamento de Tránsito”, solo diferente a los que son casi de cajón en todo el mundo civilizado por las multas y sanciones, y el obligado forcejeo entre agentes de la policía y los sufridos gobernados que tienen que soportarlos.
Esta último presupuesto de nuestras desaparecidas esperanzas, nos lleva de la mano a entrar de lleno a otro de los problemas fundamentales que se viven en esta Ciudad, antes ubicada en la “zona mas transparente del aire”. La inseguridad, la inseguridad institucionalizada y elevada al rango constitucional determinada en primer lugar, por el cambio constante de las leyes y reglamentos que nos rigen. No sabemos siquiera si las que hoy están en vigor, seguirán en vigor hasta mañana. Nuestra inseguridad “legal” es y ha sido eterna. Las leyes nunca se han dictado en México para buscar un mejor modo de vivir para los mexicanos, sino para obtener un máximo rendimiento económico para los que eventualmente manejan nuestro País.
Baste para documentar mi aserto, el que los Estados Unidos de América, indudablemente el País mas poderoso de la tierra, existe una constitución que consta de seis artículos y hasta hoy veinticinco “enmiendas” breves todas ellas, en los últimos doscientos treinta y un años, y que es respetada y cumplida por todos los funcionarios norteamericanos., una constitución que contiene esencialmente prohibiciones para que los gobiernos no abusen de las libertades humanas que la misma concede a todos los habitantes de ese país.
En el mismo lapso de doscientos treinta y un años, a este pobre País lo han regido la voluntad del Rey de España y su representante el Virrey de la Nueva España ; la constitución española dictada y aprobada por las Cortes de Cádiz en 1812, causa visible de la independencia de México, ya que sus orígenes se remontan a la oposición a que esa constitución entrara en vigor; un triunvirato sin ley expresa derivado de los Tratados de Córdoba con los que se declaró formalmente nuestra independencia; un Imperio, encabezado por Agustín I, antes apellidado Iturbide; también manejado a capricho; la constitución federal de 1824, de tipo federalista a fuerza, cuya vigencia se vio interrumpida, siempre en forma brusca y sangrienta por todo tipo de traiciones, levantamientos, golpes de estado, leyes constitucionales de duración efímera, centralistas, federalistas , centralistas, absolutistas, etc. hasta el año de 1957 en que se dictó una nueva constitución, en parte inspirada en los principios que dieron ligar a la constitución norteamericana, solo que desde otro punto de vista. No contiene verdaderos derechos que esgrimir ante el estado, sino garantías limitadas y graciosas que ofrece el estado , como simple limosna a los gobernados, sujetas en todo y por todo a una serie interminable de normas amorfas y constantemente en mutación.
El lema de esa constitución, “Sufragio efectivo. No reelección”, poco duró. En menos de veinte años se desapareció de nuestras leyes y nuestras mentes para dar lugar a una dictadura de mas de treinta años. Tras esa dictadura, una nueva revolución con el mismo lema, dio origen a la constitución de 1917 y, duró mucho menos. Solo nueve años después, en el año de 1926, se permitió la reelección del Presidente de la República para permitir un nuevo ascenso del General Álvaro Obregón, frustrado por su todavía no aclarado asesinato.
Si el principio básico de nuestra dizque democracia y federalismo han sido tan volátiles, imagina querido lector como han sido los demás principios , excepción hecha de los que uno de nuestros grandes héroes implantó. Antonio Lòpez de Sana Anna, a los que habremos de referirnos en el siguiente ensayo. Prometido está.
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