11/01/2010

LA MUERTE DE NUESTRA IDENTIDAD.

Joaquín Ortega Arenas. Ha sido difícil y lento el asesinato de la identidad de la más antigua de las civilizaciones que han existido en el mundo: la civilización Mesoamericana, pero nuestros gobiernos a partir de Porfirio Díaz, el criollo hijo de español e italiana, casi lo han logrado. El primer golpe, desde luego, provino de la Corona de España. Sus huestes salvajes trataban de acabar con los habitantes que encontraron en lo que llamaron la Nueva España para lograr cuanto antes el saqueo total de todo lo que aquí existía, hasta que repararon en que hacía falta mucha mano de obra para la explotación de los fundos mineros que encontraban por dondequiera. Hubo que respetar esa mano de obra, pero sus propiedades, las comunidades y los calpulli, fueron diezmados poco a poco hasta que dos españoles inteligentes, Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga, lograron que el Rey ordenara el respeto a las comunidades indígenas. Con el ataque permanente de los conquistadores fueron subsistiendo hasta que llegó al Gobierno Porfirio Díaz. Con una muy “personal” interpretación de la Ley Lerdo, promulgada en el año de 1856 por Sebastián Lerdo de Tejada que obligaba a las corporaciones civiles y eclesiásticas a vender casas y terrenos, complementada en el año de 1859 por el Presidente Juárez desde el Puerto de Veracruz en 1859, en que promulgó la Ley de la nacionalización de los bienes eclesiásticos. Interpretaron la expresión “manos muertas” para considerar como tales los terrenos pertenecientes a las Comunidades Indígenas, y formaron las Compañías Deslindadoras, que se encargaron de vender al mejor postor y siempre a altos funcionarios gubernamentales y al clero, los terrenos despojados a las Comunidades Indígenas. Es evidente que ese fue el motor del movimiento de 1910, por más de que los “historiadores” y cronistas de lo que llaman revolución mexicana no lo hayan advertido. Durante el conflicto y a partir de la entrada en él de los campesinos morelenses, surgió nuevamente el problema y el 6 de enero de 1915, tal vez por mera coincidencia en Veracruz, Venustiano Carranza dictó la Ley que se conoce con ese nombre, redactada por Luis Cabrera, impoluto y rebelde pensador que por ello fue excluido de la política mexicana. Obviamente, ya no fue igual, pero de los despojos que quedaban del atraco, las Comunidades Indígenas iniciaron su renacimiento, interrumpido bruscamente en el sexenio delirante de Lázaro Cárdenas que decidió “parcelar las comunidades convertidas en ejidos” para que cada comunero convertido en ejidatario, que no tenia noción alguna de lo que era la propiedad privada, fuera “propietario de su parcela”. Esa medida totalmente demagógica dio el tiro de gracia a las Comunidades. Un propietario de media o tres cuartos de hectárea, sin ser sujeto de crédito, estaba irremisiblemente condenado a morir de hambre y prefirieron emigrar a las grandes ciudades a sumarse al lumpen proletariado que cada día las ahoga , si válido es decirlo, más. Las Comunidades supervivientes día a día van dejando de existir. Les quitaron sus tierras, su idioma, sus creencias y hoy, a ciencia y paciencia de la sociedad entera, una sociedad cazurra e insensible, el gobierno federal les están quitando hasta sus santuarios. Las etnias Cora y Huichol que habitan en los Estados de Nayarit, Jalisco y Durango han vivido segregadas totalmente del resto del País propiamente desde la conquista. Hace algunos años, el Dr. Julián Gascón Mercado me hizo el favor de invitarme a las festividades Coras en Jesús María, y posteriormente a las Huicholas en Mexquitic, Jalisco. En la historia de ambas, ningún alto funcionario los había visitado. En éste último lugar reside el Pueblo Wirikuta y organiza peregrinaciones anuales a Real de Catorce, San Luis Potosí, “…para que la vida se mantenga para todos y todas los seres vivientes de este planeta, para que nuestra antigua cultura Wixárika se mantenga y no desaparezca , para que se renueven las claves del conocimiento y las velas de la vida que nos dan sentido a nuestra identidad Wixárika…” Estima la etnia Wirikuta desde tiempo inmemorial que la vida proviene del sol y ellos mismos por igual; como el sol aparece día a día por el oriente, en la latitud en la que se encuentran ubicados Mixquitic y Real de Catorce y lo hace precisamente por este último lugar, en él instalaron desde muchos años antes de que la destrucción ocasionada por la pólvora y la ambición desmedida de los conquistadores apareciera en estas tierras, sus lugares sagrados que estiman “… son un patrimonio sin precio y de un valor incuantificable para nosotros, nuestros hijos, nietos y toda la descendencia Wixárika…”. En esos terrenos “sagrados” para la etnia Wixárika se dice que existen diversos minerales y el Gobierno Federal ha otorgado 22 concesiones mineras , obviamente a una empresa Transnacional, “First Majestic Silver” para dejar el lugar como criba y, si encuentran mineral como es muy probable envenenar, como lo hacen todos los fundos mineros, tierras y aguas sin discriminación alguna. Te imaginas querido lector ¿que pasaría si algún día apareciera petróleo bajo Jerusalén o minas de oro y plata bajo la Basílica de Guadalupe y las autoridades autorizaran su explotación? Los afectados han recurrido a cuantas instancias están en su mano para evitar ese atropello, pero en algún lugar que por el momento no recuerdo, leí que un alto funcionario aconsejó a un grupo de indígenas que acudieron a pedirle ayuda en un caso similar… “…Perdóneme, nada puedo hacer por ustedes. Las murallas de oro y plata que los separan de la justicia, son indestructibles…”

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