5/16/2011

REMEMBRANZA DEL 10 DE MAYO.

Joaquín Ortega Arenas.

El “día de las madres”, en verdad debía ser todos y cada uno de los que componen nuestra vida. Desgraciadamente la humanidad ha confundido desde siempre, la fuerza con la verdad y la razón. Somos “machistas” por que tenemos la fuerza y la razón y ¡basta! Hemos estado equivocados y no lo reconocemos. Despreciamos a la mujer porque no tiene la fuerza, y al no tener la fuerza, ¡no tiene la razón! No importa que a ella debamos nuestra existencia y… por que no, nuestra razón. Está perdida la visión sobre los verdaderos valores de la vida. Creo, sin temor a equivocarme, que la mujer, la madre, es el eje de toda la vida y de toda la historia a pesar de su debilidad física, siempre compensada con su solidez de pensamiento, su abnegación, su ternura y sobre todas las cosas, su enorme paciencia y resignación para cumplir el cometido que la vida le ha deparado, a pesar de la ceguera y la necedad del hombre.

Sometida siempre a la fuerza y a la voluntad del hombre año tras año, siglo tras siglo la madre ha perdonado todo sin pensar siquiera en una compensación, un premio. Tiene además la mayor de las cualidades posibles, el desinterés en sus sacrificios y penalidades y nosotros, los “machistas”, ¡felices!

En la antigüedad se veneraba a la “Madre de los Dioses” y esa práctica se siguió por el Cristianismo con la veneración a la “Madre de Dios”. Allá por el año 1870 en Inglaterra Julia Ward Howe tuvo la idea de festejar a las madres comunes, y en 1880, en Alemania, un hombre honrado y sincero pensó que, al menos, se merecían un homenaje anual y promovió ese homenaje para el primer domingo del mes de mayo. “Muttertag” le llamaron y poco a poco, llegó esa idea a México. A iniciativa si no mal recuerdo (era yo un niño), del Diario “Excelsior” se dedicó al efecto el 10 de mayo de 1932 y se convocó a un concurso para la mejor canción dedicada a las madres. Llovieron las composiciones alusivas, firmadas con pseudónimos y al fin llegada la fecha se declaró vencedor del concurso a quién había enviado su composición firmada como “JAROCHO”. Al abrir el sobre, Don Manuel Bernal, maestro de ceremonias en esa oportunidad y recitador emérito y aun no superado en nuestro México, perdió la respiración… Poco después reveló el nombre: AGUSTÍN LARA.

Preguntarás querido lector, por que esa momentánea turbación de Don Manuel, y sin empacho te la relataré. Desde el año de 1928 la música de Agustín Lara se había apoderado del gusto de los mexicanos. Sin embargo, sus temas y letras de las canciones pronto fueron censuradas primero, por la Liga de la Decencia, y después por los mismísima Secretaría de Educación Pública, y prohibidas. “Aventurera, Pervertida, el hermosísimo vals Cortesana, etc., “canciones que hoy darían risa a cualquier infante de cinco años que vea la televisión y sus tremendos programas recargados de sexo de todo tipo. La canción se denomina “Cabellera Blanca”, y como un homenaje eterno a las madres, me tomo la libertad de trascribirla.

Cabellera Blanca.

Junto a la chimenea,

Donde hay feria de lumbre,

Reza la viejecita,

Sus cosas de costumbre.

Escarcha de leyenda

Que brilla en mis pesares,

Incienso del recuerdo

Quemado en mis altares.

Y surge de la hoguera,

Entre rojos destellos,

La cadena de duendes

Que peina sus cabellos.

Cabellera de plata,

Cabellera de nieve:

Ovillo de ternuras

donde un rizo se atreve.

Cabellera bendita,

Bañada de tristeza,

Incienso hecho de llanto,

Cuajado en tu cabeza.

Cabellera nevada,

Madeja de oraciones,

Para ti es la más blanca

De todas mis canciones.

Al escribir este homenaje a mi madre, a la madre de mis hijos y a todas las madres del mundo, no he querido omitir a Agustín Lara. Su hermosísima canción, hoy totalmente olvidada merece un recuerdo….

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