3/10/2010

MI HERMANO EL HOMBRE

Joaquín Ortega Arenas. En México, nuestros billetes de cien pesos (los ordinarios, no los conmemorativos del bicentenario), a los que cada vez menos mexicanos tenemos alcance, tienen impreso en letra muy pequeña, un brevísimo poema que escribió Netzahualcóyotl, Señor de Texcoco, a mediados del Siglo XV de la Era Cristiana (1440), en el que compendia la filosofía y el modo de pensar de nuestros antepasados, habitantes de la Mesoamérica gigante: “Amo el canto del zentzontle, pájaro de cuatrocientas voces. Amo el color del jade y el enervante perfume de las flores, Pero amo más a mi hermano el hombre”. Esa profunda filosofía, hoy “en vía de extinción”, que reconoce el valor de las cosas mundanas y los bienes apreciados y los coloca muy por abajo del amor al próximo, tiene y siempre ha tenido entre nosotros, distinguidísimos seguidores, cuyos ejemplos y nombres veneramos a pesar del “cambio” en que nos encontramos inmersos. Vienen a mi memoria nombres ilustres como Narciso Mendoza, “El Niño Artillero”, el chamaco que accionó, bajo una lluvia de balas realistas , una batería cargada que los defensores de Cuautla durante el sitio a que había sometido Félix María Calleja en el año 1812, no pudieron utilizar por que ya estaban muertos. Jesús García; “El héroe de Nacozari”, que a costa de su vida sacó de la estación de Nacozari, en el Estado de Sonora un convoy cargado con dinamita que estaba incendiándose; el doctor Rubén Leñero, muerto en el ejercicio de su sacerdocio por un contagio que pudo evitar y no evitó en aras del cumplimiento de su deber , y otros más, a los que tengo que agregar, por su “amor a mi hermano el hombre”, plenamente demostrado por sus acciones, a los que enseguida menciono: FRANCISCO MANUEL LÓPEZ, un joven sonorense que a riesgo de su vida y poniendo en juego su patrimonio, salvó de una muerte casi segura a sesenta y cuatro inocentes niños que encerrados en un cajón de muerte, convertido gracias a la intensa corrupción que hoy nos asfixia en flamante “Guardería” subrogaba del Instituto Mexicano del Seguro Social en la Ciudad de Hermosillo, que ante el estupor de una multitud de testigos ardía, con las puertas cerradas a pierda y lodo con poco más de un centenar de infantes indefensos. Sin meditarlo siquiera, estrelló su vehículo en los muros hasta abrir dos grandes boquetes por los que salieron primero los gases que estaban matando a los que se encontraban dentro del virtual horno, permitiendo el acceso de voluntarios que rescataron con vida a los que habían sobrevivido a la catástrofe. La “Guardería” era operada por “gente influyente” y FRANCISCO MANUEL LÓPEZ, no recibió como recompensa por su hazaña ni siquiera una palmadita en el hombro. El olvido OFICIAL, FUE INMEDIATO. El otro caso que me ha conmovido, es el de la donación de un riñón realizada por el joven médico jalisciense FEDERICO VALDÉS GASCA, así, con mayúsculas, que nos ha hecho pensar en que donde hay amor, “…a mi hermano el hombre…”, hay vida, y donde hay vida, hay esperanza. El trasplante de órganos humanos, un indudable logro de la ciencia médica, ante la falta de donantes se ha convertido en un inmenso e ilegal negocio. Generalmente se realiza subrepticiamente y a cosos elevadísimos. El que necesita un órgano porque su vida peligra, está siempre dispuesto a pagar lo que le pidan y, como en todas las cosas, siempre aparece un delincuente que compre un órgano a quién se debate en la miseria. El doctor FEDERICO VALDÉS GASCA, otra vez con mayúsculas, se enteró de que una antigua condiscípula estaba en peligro de muerte por una extraña anomalía en sus dos riñones, y voluntariamente acudió en su ayuda, consciente, sobre todo por ser médico, de los riesgos que corría no solo durante la operación, sino en el resto de su vida con un solo riñón. Por algo la naturaleza nos ha dotado de dos. Manifestó a su familia su deseo, y su familia en forma unánime aprobó su conducta y lo acompañó al nosocomio en que se realizó el trasplante, preocupados pero satisfechos de la conducta de su hijo, el donador y sus padres llegaron como si fueran a asistir a una fiesta , que, “cuando se ama a mi hermano el hombre” , no es otra cosa que el cumplir con esa obligación que deberíamos tener todos los humanos, siempre inmersos en nuestros problemas y nuestro indestructible EGO cargado de carencias, envidias, odio a todo y a todos. Se encontraron con los padres de la beneficiaria de ese acto de sublime humanidad, estupefactos, incrédulos, enormemente agradecidos, y unidos, festejaron con lágrimas en los ojos, el éxito de la operación. El personal de la clínica, acostumbrados a ver dramas día tras día, no daba crédito a lo que estaba viviendo y acompañó a los alegres festejantes. Insisto y repito, también con un nudo en la garganta, donde hay amor, “…a mi hermano el hombre…”, hay vida, y donde hay vida, hay esperanza. ¡Qué hermoso sería ver este ejemplo repetido en todos los confines de nuestra Mesoamérica gigante! ¡Ver como el señor de Texcoco no predicó en el desierto, cuando menos en esta bien llegada ocasión!

1 comentario:

Anónimo dijo...

no encuentro o qe estoy buscando :(