Joaquín
Ortega Arenas.
Es
inútil denunciar conductas ilícitas de
gobernantes y sufrir con la pasividad de “gobernados”. Apareció en los diarios del día 27 del
presente, un artículo en el que, para nuestra vergüenza, revela sin ambages
nuestra situación, y nada menos que en uno de los Diarios más importantes del
mundo.
“…El
diario estadounidense The New York Times consideró en su editorial de este martes, que el reciente reporte del grupo
de expertos de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre el caso del ataque a los normalistas de Ayotzinapa exhibe la falta de voluntad del Gobierno
mexicano para reformar el corrupto
sistema de justicia que existe en el país.
El
texto, publicado bajo el título “México Runs Away From the Truth”, hace una
revisión de los hallazgos que presentó el Grupo Interdisciplinario de
Expertos Independientes (GIEI) en su último informe presentado el domingo
pasado, a partir del cual considera que los investigadores emiten una condena a
la corrupción reinante en el sistema de justicia mexicano.
El
editorial acusa que el segundo y último reporte del GIEI no establece concluyentemente lo que
pasó a los estudiantes, “más es imposible no interpretar como una condena al
sistema de justicia de México notoriamente corrupto y frecuentemente brutal”.
Además,
aprovechando que el 2 de mayo de 1812,
coincide con la publicación presente, vamos a rendir pleitesía al mejor, quizá
el único de nuestros personajes históricos que lo merece, JOSE MARIA MORELOS Y PAVON, de
quién, relatamos su biografía rebasando el espacio semanal de estos artículos,
“….José María Morelos era hijo de Manuel Morelos, carpintero de
ascendencia india, y de Juana María Pérez Pavón, una criolla cuyo padre había
sido maestro de escuela en la ciudad. De sus primeros catorce años sólo se sabe
que ayudó en lo que pudo al sostenimiento de la familia, y que la enseñanza de
las primeras letras corrió a cargo de su madre.
La
muerte del padre en 1779 significó un importante cambio. Confiado a la custodia
de su tío Felipe Morelos, se trasladó a una hacienda cerca de Apatzingán
(Michoacán) y se dedicó primero a la labranza y, poco después, a conducir como
arriero una recua de mulas que su tío empleaba para transportar los ricos
cargamentos de mercancías entre el puerto de Acapulco (terminal de los galeones
de Manila) y la ciudad de México. Esta actividad le proporcionó unos ingresos
regulares, que el joven Morelos empleaba en comprar mulas y en sostener a su
madre y hermana.
Así vivió hasta cumplir los 25 años; en
1790, ante la insistencia de su madre, que deseaba su ingreso en la carrera eclesiástica
con la ilusión de que accediese a una capellanía o beneficio dejado por su
bisabuelo materno, José María Morelos se separó de su tío Felipe y regresó a
Valladolid para ingresar en el colegio de San Nicolás. Allí tuvo ocasión de
conocer a Miguel Hidalgo y Costilla, entonces rector del colegio, con el que
coincidió durante dos años. Estudió gramática y latín y dos años más tarde
amplió estos estudios en el Seminario Tridentino de la misma ciudad, recibiendo
instrucción en retórica y filosofía. El 28 de abril de 1795 recibió el título
de bachiller de artes en la ciudad de México.
Poco después solicitó de la jerarquía
eclesiástica de Valladolid que se le confiriesen la tonsura clerical, las
cuatro órdenes menores y el subdiaconato, lo que consiguió a finales de ese
mismo año. En abril de 1796 aceptó una oferta del cura de Uruapan para enseñar
gramática y retórica a los niños del lugar, tras recibir la licencia
correspondiente. Tras algún tiempo de docencia, el 20 de diciembre de 1797,
cumplidos los 32 años de edad, fue promovido al sacerdocio, otorgándosele
licencias para celebrar misa, oír confesiones y predicar en Uruapan y en los
curatos vecinos.
Se iniciaba así una larga carrera
sacerdotal que lo llevaría a ejercer de cura párroco en varias localidades.
Primero estuvo en un distrito marginado de Churumuco, etapa durante la cual
falleció su madre en Pátzcuaro. Morelos permaneció en Churumuco durante poco
más de un año, hasta que en marzo de 1799 se le transfirió a la parroquia de
Carácuaro, a unos cincuenta kilómetros de distancia, tan pobre como la anterior
pero mucho más poblada. En Carácuaro vivió Morelos toda una década,
administrando la parroquia y viviendo de las aportaciones de sus feligreses,
que se resistían por todos los medios al pago de los impuestos eclesiales.
Durante este periodo mantuvo y mejoró un
negocio de ganado que había iniciado en su época de arriero, administró la
herencia de su madre, transfirió a su hermana la casa familiar (actualmente
Casa de Morelos en la ciudad de Morelia) y tuvo dos hijos ilegítimos; más
tarde, durante el periodo revolucionario, tendría dos hijos más. En 1807 compró
en Valladolid una casa a la que añadió un piso en 1809, sin que se tenga la
menor certeza de que le llegara noticia alguna de que se estaba preparando una
revolución. Bien es cierto que los historiadores señalan, en claro paralelismo
con la trayectoria de Hidalgo, la creciente insatisfacción y en todo caso la
frustración de Morelos, acumulada a lo largo de muchos años en el ejercicio de
sus labores de cura parroquial.
El 16 de
septiembre de 1810, con el llamado Grito de Dolores, Miguel Hidalgo prendió
la mecha del largo proceso que conduciría a la independencia de México. Hidalgo
estaba en realidad adelantando un plan que se había fraguado en Querétaro y que
contaba con la participación de criollos importantes, entre ellos el mismo
corregidor de esta ciudad, Miguel Domínguez. Al ser descubiertos los planes de
los conspiradores, Hidalgo se trasladó a Dolores, y allí dirigió a sus
parroquianos un llamamiento a alzarse en armas contra las autoridades
coloniales (el Grito de Dolores). La proclama tuvo un masivo seguimiento; en
San Miguel el Grande unió sus tropas con las de otro de los conjurados de
Querétaro, el comandante Ignacio Allende, y,
ganando nuevas adhesiones por donde pasaban, a finales de mes habían ocupado ya
las localidades de Celaya, Salamanca, Irapuato, Silao y Guanajuato.
En octubre de 1810, conocedor del
levantamiento de Hidalgo, que había sido su rector en San Nicolás, José María
Morelos decidió visitarle y hablar con él. Al parecer, su intención era
ofrecerse como capellán, pero en el transcurso del encuentro, que tuvo lugar el
20 de octubre, Hidalgo lo convenció de que aceptara una misión más importante:
marchar a la costa del sur, reunir tropas y tomar el puerto de Acapulco, que
Morelos conocía muy bien. El 25 de octubre, acompañado de una veintena de
voluntarios mal armados, Morelos partió de Carácuaro hacia las tierras
calientes del sur, en calidad de lugarteniente de Hidalgo.
La actividad insurgente de Morelos duró
cinco años, a lo largo de los cuales fue capaz de desarrollar cuatro campañas
militares, además de una obra política, doctrinal y administrativa en la que se
recoge un pensamiento avanzado, innovador y cargado de sentido popular y
social. Se le reconoce además un incipiente genio de estratega militar,
despiadado y cruel en algunas ocasiones, pero capaz de enfrentarse y doblegar
en varias ocasiones a los ejércitos realistas superiores en número, bajo el
mando del temible mariscal español Félix María Calleja.
Este
dos de mayo, se cumplen 204 años de lo
que conocemos como “El rompimiento del
Sitio de Cuautla”, en el que durante
nuestra guerra de independencia el ejército insurgente, sitiado en la Ciudad de
Cuautla, (hoy Estado de Morelos), por las tropas españolas comandadas por Félix María Calleja, los insurgentes
resistieron 73 días de sitio, hasta que la madrugada del día 2 de mayo de 1812,
José María Morelos y
sus lugartenientes Hermenegildo Galeana y
Mariano Matamoros, rompieron el sitio.
El relato de ese hecho rebasó fronteras y se ha comentado que el mismísimo
Napoleón Bonaparte comentó que “…con
generales como Morelos, haría maravillas…”.
Morelos,
mientras tanto, logró reforzar a su ejército y durante todo el año de 1812
conquistó plazas estratégicas para el gobierno virreinal, como Oaxaca y Córdoba.
Pero
no fue unicamente el rompimiento del sitio. El “Segundo
Viernes” (en los primeros días de marzo de 1812), las
tropas de Calleja estuvieron a punto de romper el sitio, y toparon con Narciso
Mendoza (1800 - 1888), conocido como el Niño
Artillero, del que la historia nos
refiere:
“…niño militar
insurgente que participó en la guerra de la independencia de México como parte del batallón Infantil que creó José María Morelos y Pavón luego de que la insurgencia ocupó Cuautla de Amilpas en diciembre de 1811. Esta tropa infantil se
conoce con el nombre de Los Emulantes y estuvo a cargo
de Juan Nepomuceno Almonte, hijo biológico de José María Morelos y Pavón.
Narciso Mendoza nació en la Villa de Cuautla, en
el año de 1800, aunque
se desconoce la fecha exacta. Cuando ocurrió el sitio de Cuautla, Mendoza
tenía doce años. En aquel asedio, los realistas tomaron la ciudad e incendiaron
la población. Cuando el ejército de Félix María Calleja estaba por tomar el barrio de San Diego,
fueron sorprendidos por Narciso Mendoza, quien al ver abatidos a los
artilleros, en medio de una lluvia de balas, tomó una
mecha y accionó el cañón que ya estaba
listo, y disparó. Esto motivó la huida de los españoles
y el regreso de los generales Galeana y Matamoros a
la población.
Narciso Mendoza pasó a formar parte del ejército de
Morelos. Posteriormente al consolidarse la República, en el Ejército Mexicano alcanzó el grado de teniente coronel, pero luego
fue desterrado a Centroamérica. A punto
de morir volvió a Cuautla, donde
murió el 27 de febrero de 1888.
Episodios de nuestra historia como los
que hemos relatado, están casi olvidados. Tal vez porque a todos los mexicanos
normales nos agobia la situación que señaló,
con índice de fuego nuestro héroe de las letras DON
FERNANDO DEL PASO;
“….Me preocupa mucho México, al que
veo con tristeza inmerso en un proceso de decadencia, en parte debido a que
hemos tenido muchos gobernantes ineptos y corruptos, pero también a la bulimia
del pueblo mexicano y al escepticismo que nos lleva a ya no creer en nuestro
país. Pero el pueblo tiene que reaccionar…”
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